El misterioso caso del monstruo de las galletas

A priori, ser víctima de un delito es una desgracia como otra cualquiera. Pero ese no es el caso de lo ocurrido a la centenaria firma alemana Bahlsen, fabricante de las famosas galletas de mantequilla Leibniz. Hace unos días, unos desaprensivos robaron de su sede central el histórico símbolo de la compañía, una galleta dorada de importante valor emocional de más de 100 años de antiguedad. La compañía puso el asunto en manos de la policía y hasta ofreció una recompensa para quien pudiera facilitar datos que ayudasen a recuperar la galleta. Hasta aquí todo normal, dentro de la normalidad que pueda suponer la comisión de un hecho delictivo.

La sorpresa surgió cuando unos días más tarde el malhechor se puso en contacto con el fabricante para pedir un rescate por la preciada galleta. Y cómo suele ser habitual en estos casos, aportaba la siguiente fotografía en la que se podía apreciar que la galleta se encontraba en su poder. En poder de ni más ni menos que…. ¡El monstruo de las galletas de Barrio Sésamo!

El rescate solicitado no era menos peculiar: para devolver la galleta, el monstruo metido a Robin Hood, solicitaba que el fabricante donase a distintas instituciones infantiles 1000 paquetes de galletas con chocolate (textualmente “no esas que llevan chocolate puro o chocolate blanco, si no las de chocolate con leche”)

Ante la incapacidad de la policía alemana para localizar al secuestrador (en los archivos policiales no existe ningún fichado que atendiera a la descripción del monstruo de las galletas y mucho menos unas huellas digitales que permitieran su comparación), la compañía decidió cumplir con las exigencias del secuestrador, donando una importante cantidad de galletas de chocolate con leche a instituciones infantiles.
Unos días más tarde, la galleta secuestrada apareció aparatosamente colgada de una estatua ecuestre enfrente de la Universidad en la ciudad alemana de Hanover. El monstruo reconoció en un último comunicado que había accedido a devolver la galleta porque el dueño de la empresa “quería la galleta tanto como él y estaba triste y había llorado mucho”.
La historia es tan surrealista que la policía alemana todavía investiga el hecho ante el temor de que el suceso haya podido tener su origen en la mente de algún publicista. La compañía lo ha desmentido.

 

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